viernes, 19 de febrero de 2010

Poéticas de la microficción, por Javier Perucho

Jevier Perucho analiza en este artículo la microficción en México. El artículo está tomado del espacio literario Ciudad Seva.

Poéticas de la microficción, por Javier Perucho

i.m. Augusto Monterroso

La significación más aceptada para el novedoso concepto de la microficción, engloba dos ámbitos complementarios: uno se refiere a las expresiones literarias cuyo orden remite a la concisión, ya sean viñetas, aforismos, leyendas, fábulas, estampas, adivinanzas o el mismo cuento brevísimo, entre otros; el segundo se encarga solamente de las expresiones del microrrelato, ese nuevo género lilliputense que empieza a ser evaluado por la historia literaria, la academia y favorecido por las editoriales.

En México tal modalidad genérica goza de una tradición cuyos antecedentes más remotos se pueden ubicar en la cultura literaria del siglo XIX, en las plumas de las eminencias que lo practicaron pero también en los redactores anónimos del periodismo decimonónico, quienes constituyen los basamentos protoliterarios sobre los cuales se asentó el dicho género a inicios de la centuria pasada.

Quien indudablemente se ha convertido en un pionero en la sistematización y estudio en la cátedra universitaria, la divulgación periodística y el ensayo, sin desdeñar los medios que ofrecen las nuevas tecnologías como internet, así como la recopilación ordenada de una práctica ignorada, pero fervorosamente ejercitada por los autores nacionales, como se infiere por su docena de repertorios publicados, es Lauro Zavala, investigador universitario a quien debemos la publicación de -hasta ahora- la más ambiciosa antología del género. Ambiciosa por el marco temporal que encierra -un siglo- y por la geografía regional que ciñe: nuestro país. El microrrelato mexicano del siglo XX. Éstos son los dos pilares del arco espacio temporal que abarca su más reciente florilegio, Minificción mexicana (México, UNAM, 2003), pero antes de comentarlo, conviene detenernos, por dos razones, en su antecedente más inmediato. Primero por el lugar donde fue editado y desde donde -quiero pensarlo así- se está distribuyendo al resto del mundo: Colombia. Segundo, porque por vez primera el microrrelato mexicano es objeto de una antología sistemática, que a su vez forma parte de una serie (La Avellana) que tiene por objeto compendiar las expresiones nacionales del cuento jíbaro en Latinoamérica. El propósito de la serie, afirman sus editores, “es constituirse en una respuesta positiva a la dispersa producción minicuentística hispanoamericana, difundiendo en forma de antologías los minicuentos más representativos de cada uno de los países que constituyen esa gran franja marcada por lo hispanoamericano”.

Las antologías disponibles no se habían detenido en las modalidades particulares de cada nación americana, pues se diseñaban habitualmente conforme a insostenibles criterios supranacionales; es decir, ponían el acento en la expresión continental latinoamericana, o bien abarcaban toda la región hispanoamericana, los cuales eran los marcos geopolíticos que acotaban dichos repertorios. Sin embargo, a pesar de tales delimitaciones, no existe hasta el momento una antología general del microrrelato latinoamericano, o una ceñida estrictamente al orbe español, peninsular, que den cuenta de la evolución del género, sus autores, obras y circunstancias. Menos aún, por regiones, verbigracia, de Centroamérica o el Cono Sur.

De este modo, La minificción en México, 50 textos breves (Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional-Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, 2002), en presentación y selección de Lauro, va acotando en tiempo y espacio una institución literaria cuyos fundadores nos remiten a la asociación intelectual que animó el Ateneo de la Juventud (Alfonso Reyes, Genaro Estrada, Mariano Silva y Aceves), aunque Lauro olvida incluir en su repertorio a Francisco Monterde, fabulador de microcosmos premodernos, pero en cambio está presente la escritura indianista de Andrés Henestrosa, pluma sin grupo identificado o pertenencia generacional evidente. Asimismo incluye a algunos de los autores nacidos en la década de los años cincuenta, quienes conforman las generaciones literarias surgidas entre los años sesenta y ochenta. En esta antología se representa a las generaciones de los ateneístas, del Medio Siglo e intermedias entre la transición, la continuidad y el presente de la narrativa breve mexicana. Ese medio centenar de autores convocados permite un diagnóstico de la microficción mexicana del siglo XX.

La minificción en México merece tres cuestionamiento y un elogio: la singular organización cronológica, que no persigue estrictamente un criterio evolutivo; algunos de los autores presentes no han recogido en forma sistemática sus incursiones por el cuento brevísimo, el cual ha sido un criterio de selección antológica básico; la falta de un repertorio bibliográfico final que lo complemente, considerando que se trata de un volumen universitario cuyo objetivo inmediato es difundir la expresión microficcional mexicana en Sudamérica. Y cumplidamente, registra los tonos, modos y formas en que ha incursionado, experimentado y consolidado el género durante el siglo pasado. Motiva que Lauro se haya puesto como límite formal las arquitecturas narrativas arraigadas del cuento brevísimo, a saber: “minicuentos (clásicos), microrrelatos (modernos) y minificciones (posmodernas)”, conceptos que sostienen una taxonomía, una propuesta de estudio y, en ciernes, los prolegómenos de una teoría de la microficción.

A su vez, en Minificción mexicana esas arquitecturas narrativas se ven levemente opacadas por la inclusión intrusa de sonetos, palindromas, fragmentos de crónicas novohispanas o retazos escogidos de novelas (Cartucho, Terra Nostra, La feria), ausentes por cierto de La minificción en México, cuerpos extraños y ajenos que deben descartarse de los estudios de la microficción por tener espacios propios de estudio y divulgación, por ser acogidos por un público perfectamente delineado y, sobre todo, por pertenecer a expresiones opuestas a la microficción, dicho sea en aras de la delimitación de las marcas de frontera que distinguen al nuevo género, ya de por sí escurridizo, todavía carente de una teoría estética que lo sustente, huérfano de una historia literaria y de un razonamiento deontológico que lo apuntale.

Aún así, la selección global es el muestrario más representativo del microrrelato en México, pues están presentes las figuras axiales, que Lauro bautiza como “los precursores”, las figuras tutelares representadas por el “canon A. T. M.”: Arreola, Torri y Monterroso, así como por el nuevo paradigma de la escritura microficcional (José de la Colina, Felipe Garrido y Guillermo Samperio), que en palabras del compilador representan al “nuevo canon”, aunque sus poéticas difícilmente se emparentan por la generación, procedencia regional, voluntad de estilo o la elección del microcosmos que se empeñan en recrear. En su afán clasificatorio, Lauro se detiene en ellos como si después de ese singular trío el tiempo creativo del microrrelato se hubiese detenido. Hay otras plumas que continúan la tradición, ya que con sus invenciones están renovando al género.
Por las exigencias del derecho autoral, la profesionalización del editor a cargo del volumen y la seria labor de compilación, en esta antología sí se da noticia bibliográfica de los textos seleccionados. No podría ser de otra manera, tratándose de un libro pensado, amasado y horneado en una estación de trabajo de la UNAM. Merece también un comentario positivo la pulcra edición -a diferencia del libro colombiano, en el que abundan las erratas y pifias tipográficas-, el cálido diseño gráfico de la portada y la limpia formación de las páginas interiores que contienen este florilegio.
Los padres fundadores del microrrelato mexicano forman un cuarteto (Reyes, Estrada, Silva y Aceves, Monterde), que llamaré por el momento la Primera Ola, la época inicial del cuento breve en el siglo pasado. La Segunda la integrarían lo que he llamado en otro lugar el canon Torremonte (Julio Torri, Juan José Arreola y Augusto Monterroso), que fueron los maestros del tercer reflujo de escritores de brevedades: Raúl Renán, José de la Colina, René Avilés Fabila, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco, entre sus principales cultivadores. Los Protagonistas del Medio Siglo.
En la cuarta época predominan Felipe Garrido y Guillermo Samperio, pero coinciden en ella Martha Cerda, Ethel Krauze, Mónica Lavín y Rosa Nissán, las imprescindibles voces por las que se incluyó el mundo de la mujer contemporánea en la microficción vigesímica. Una nómina de escritoras proclives al microrrelato, la cual distingue a nuestra tradición del cuento breve del resto de las latinoamericanas, donde más bien escasean.
Rosa Beltrán, Luis Humberto Crosthwaite, Marcial Fernández y Javier García-Galiano, son la cresta más reciente de narradores, miembros prominentes de la generación de las Décadas Perdidas -pues hizo su aparición justo cuando el desarrollo económico de México creció en términos de bajo cero, aumentó la emigración de manera apabullante y la calidad de vida descendió a niveles vergonzantes, entre otras condiciones todavía prevalecientes-, promoción que considera el cuento brevísimo como una práctica legítima del ejercicio literario, legitimada por sus antecesores ilustres, las promociones editoriales, la difusión periodística y las exigencias del ciberespacio.
La minificción en México y Minificción mexicana son dos recuentos que servirán para la elaboración de la necesaria historia del cuento brevísimo, y apoyarán sustantivamente en la formulación de las poéticas de la microficción vigentes en el siglo XX.



Lauro Zavala, La minificción en México, 50 textos breves, Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional-Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, 2002, 65 pp. (La Avellana)

Lauro Zavala, Minificción mexicana, México, UNAM, 2003, 308 pp. (Antologías Literarias del Siglo XX)



* Javier Perucho, editor y ensayista. Su libro más reciente es la compilación de ensayos Estéticas de los confines (México, Verdehalago, 2003).

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