martes, 9 de marzo de 2010

Relato de Víctor Manuel Jiménez Andrada: Aquí se acaba tu historia

AQUÍ SE ACABA TU HISTORIA
Esperas en la calle. Son las doce de la noche, la frontera entre el jueves y viernes, entre la obligación y el ocio. El parque huele a flores intensamente, abril deja escapar la primavera por sus poros generosos. La temperatura es ideal y vistes una camiseta de manga corta. Fumas un cigarrillo y miras, impaciente, el reloj.Llegáis a vuestro destino. Hay mogollón de peña. Aparcáis el coche, os bajáis y quedáis el portón abierto de par en par para que se oiga sin ningún obstáculo el equipo de sonido, como todos los que os rodean. El escándalo de voces y músicas yuxtapuestas es monumental. Pronto comenzáis a serviros copas. Habláis de vuestras cosas mientras distraéis la mirada persiguiendo los culos femeninos que pasan por delante.

Pronto oyes la estridente música que llega de un coche que acaba de doblar la esquina. Ahí están tus colegas. Apenas paran, se abre la puerta y subes al asiento trasero. Tenéis ganas de diversión y la noche se presenta propicia para ello. Jorge se encargó de comprar la priva: dos de whisky, una de ron, la mezcla y los vasos de plástico. Camino al Ferial recogéis una bolsa de hielo en la gasolinera.




Apenas lleváis allí media hora cuando un tío se acerca. Tiene una pinta un tanto sospechosa y se comienza a meter con uno de tus colegas. Parece que no hay motivos, o tal vez sí. El tío dice acordarse del fin de semana anterior, en el que tu colega le insultó y le arrastró fuera de un garito. Sigue increpando, cada vez con más violencia, y le rodeáis. Sois cuatro contra uno, tiene todas las de perder y su valentía solo se explica al amparo del alcohol ingerido. Agarra a tu colega de la pechera y te lanzas hacia él, sin pensarlo, con la intención de separarlos.




Todo sucede en un segundo y no te enteras de nada. El tío ha salido corriendo entre la gente que grita. Tus colegas te miran con los ojos desorbitados y las caras pálidas. Sigues sin saber qué está ocurriendo. Bajas la cabeza y entonces ves una gran mancha de sangre extendiéndose por tu camiseta blanca. No te duele y sin embargo notas que te mareas. De repente el suelo parece ascender a gran velocidad hacia tu cara. Cuando la ambulancia consigue pasar entre la multitud, es demasiado tarde.




Al día siguiente un agobiante olor a flores acompaña tu cadáver en la sala número cuatro del Tanatorio de San Pedro. Y aquí se acaba tu historia.






Víctor Manuel Jiménez Andrada

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