viernes, 22 de octubre de 2010

¿Qué sería de algunos escritores sin los correctores de estilo?

Supongo que más de uno se habrá hecho la pregunta que da título a este post. ¿Puede un escritor mediocre ser un buen narrador? Puede, puede. Con ayuda...
Jesús Ortega refleja esta realidad en unas reflexiones que publicó, el 2 de septiembre de 2009, en su blog El clavo en la pared (que da título también a un libro de relatos del que es autor). 
Por cierto, el estilo de este escrito me recuerda al de Daniel Pennac...


Corrector, traidor

"Hay buenos narradores que no pasan de escritores mediocres, del mismo modo que hay excelentes inventores de historias que a la vez son prosistas pésimos. Y qué más da, dijo Roberto. Para eso están los correctores. Pobres correctores. Deberían dejar de ser esos invisibles y vergonzantes pulidores del estilo a sueldo de las editoriales, salir del armario, reivindicar su importancia, ¿no creéis?, dijo Marina. En absoluto, dijo Roberto. La narrativa se parece cada vez más al arte conceptual (o al cine, en donde tanta gente interviene, apuntó Reme): lo importante es la idea, que es responsabilidad del autor; luego hay ejecutores de la idea, un equipo de redactores entre los que estaría el propio autor, en pie de igualdad con el corrector.
Corregir es un coñazo, dijo Braulio, escritor perezoso.
Yo estaba escandalizado. Corregir es escribir, casi grité.
Marina estaba de acuerdo conmigo. ¿Os imaginais que encargáramos una mesa al carpintero y que nos la trajera desportillada y con las patas desparejas, porque lo importante es la creación del mueble, ya vendrá luego el corrector con los ajustes? Yo soy el carpintero, oiga, no tengo por qué entregarle una mesa que se asiente perfectamente sobre sus cuatro patas, para eso está el corrector. Y si esto es así, ¿por qué nunca conocemos sus nombres? Hay contadas editoriales que lo incluyan entre los créditos del libro. ¿No será que los correctores ayudan a disimular lo mal que escriben muchos escritores? Será por eso por lo que tantos escritores sienten un indisimulado desdén por la figura del corrector. Porque es el indeseable que les hace saber (o puede hacer saber a otros) que no tienen ni idea de gramática o sintaxis. Los escritores los desprecian, pero se aprovechan de sus servicios. Y luego sus nombres quedan tristemente eliminados, como si toda la operación de editar un libro estuviera llena de secretos.
Eso es, dije, llenando de vino las copas. Los nombres de los correctores debajo del de los autores. En las portadas, no en la página de créditos. Con un cuerpo de letra menor, eso sí. Camilo José Cela, La colmena. Corregida por Pilarín Sánchez. Carmen Laforet, Nada. Corrector: Manolo Pérez.
O algo mejor que eso, dijo Marina. ¿No son los autores los responsables de las obras? Pues que apechuguen. Publicar sus manuscritos tal cual los entreguen a los editores. Nada de afeites. Así escriben, así publican. Sabríamos entonces quiénes saben escribir y quiénes escriben burro con uve o llenan las frases de adverbios terminados en mente.
¿Prohibir a los correctores? Pasaría como con las drogas, se echó a reír Reme. Habría un mercado negro. Los escritores quedarían en secreto con ellos, habría citas en las esquinas, de madrugada, bajo la luz de las farolas: tipos que se sacan de la gabardina un sobre ilegal con el manuscrito corregido...
En eso se ve que la poesía es superior a la prosa, dijo Roberto, que es poeta. ¿Por qué los poetas no necesitan correctores y los narradores sí? ¿Os imagináis un libro que dijera: Luis Cernuda, La realidad y el deseo, corregido por Pepe López, o Carlos Marzal, Ánima mía, corregido por Luisito Pérez?
Nuevas risas. Por los correctores, cantó entonces Marina, copa en alto. Por los correctores, coreamos. Tintinearon las copas".

Jesús Ortega





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